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El Negro Chorombo
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El Negro Chorombo era un negro con fama de ser cumbiachero.
En la noche, sus ojos relucían como dos estrellas, y sus dientes, eran tan blancos que brillaban como perlas. Su cuerpo era alto y fornido.
Trabajaba de sol a sol, cuando llegaba a su casa, sólo regaños recibía. Sus hijos no le hablaban y su mujer solamente le pedía dinero:
- Negro Chorombo ¿me trajiste plata?
- No, ahorita no, mañana sí – contestaba el negrito tristemente.
Así transcurría la vida del pobre negro, del trabajo a la casa y de la casa al trabajo.
Pero un día, el Negro Chorombo supo que en el pueblo se haría un concurso de baile, con un premio tan importante, que el que ganase sería millonario para toda la vida.
El Negro Chorombo no lo podía creer: era la oportunidad de su vida. Así que comenzó a prepararse para ganar ese premio, porque sabía que era su única esperanza para salir de su mísera vida.
Empezó a practicar todos los días. Caminaba bailando hasta quedar agotado. Tanto así, que en las mañanas se quedaba dormido y su mujer tenía que sacarlo a palos de la cama.
Pero esos malos ratos, al negro ya no le importaban, porque sólo tenía una idea en la cabeza: ganar, ganar y ganar.
Para colmo de males al pobre negro lo echaron del trabajo y de su casa. Sin nada que comer, vagaba solitario por las calles de su pueblo y se encontraba tan agotado que ya no le quedaban fuerzas para seguir bailando.
Un día, rendido hasta no poder más, se sentó a la sombra de un grueso y reseco árbol añoso, a un costado de un camino sucio y polvoriento. En ese lugar, el Negro Chorombo lloró y lloró por su mala suerte. Fueron tantas las lágrimas que derramó, que dejó una inmensa poza a los pies del viejo árbol y tan cansado de llorar, finalmente se durmió.
Al despertar sintió en sus pies una sensación muy extraña. Como que recuperaba sus fuerzas nuevamente.
-Pos ahora qué pasó?- dijo sorprendido – si no he comido nadita de ná.
Entonces escuchó una voz profunda que le dijo:
- Negro Chorombo… te habla el Árbol Añoso. Por ti he vuelto a la vida. Tus lágrimas regaron mis raíces secas. En recompensa te daré de probar mis frutos. Así tendrás fuerzas para que puedas bailar y bailar todo lo que quieras… Solamente hay una condición…, no tienes que contarle a nadie nuestro secreto… cada vez que te falten fuerzas comerás un puro fruto, que sólo tu podrás ver, ya que si comes más, no tendrá efecto.
Contento, el Negro Chorombo comió del fruto y se fue corriendo al festival de baile de su pueblo. Uno a uno fue ganándoles a todos los concursantes que estaban bailando en la pista. Los jurados estaban sorprendidos de la energía que tenía el Negro Chorombo. Observaban al negrito que cada cierto tiempo comía algo, sin dejar de bailar. Eso llamó la atención del jurado y le preguntaron:
- Negro Chorombo, ¿qué comes?-
- Como fruta, pues- les contestó.
- Pero nosotros no vemos ninguna fruta.
Y el negrito ante esa interrogante solamente sonreía, mostrando sus dientes de perla.
Fue así que el negrito Chorombo ganó el concurso y fue muy rico. Todos los habitantes del pueblo iban a saludarle con reverencia, pero él, a nadie le respondía. Sólo al gran árbol añoso reverenciaba sacándose su elegante sombrero.
Un día, su mujer y sus hijos golpearon a su puerta:
- Negro Chorombo, como ahora tú tienes tanto dinero, sería bueno que nos dieras algo a nosotros que te queremos tanto – sin acordarse de que a palos lo había corrido de su casa.
- Somos tu familia – repitieron juntos.
A lo que el negro contestó:
- ¿Ah, sí? Pues vayan a ganarse el dinero. El próximo año habrá otro concurso y bailen, bailen como lo hice yo. No me quisieron cuando era pobre. Mujer, tu tiempo pierdes -, dijo mientras cerraba la puerta.
Así el Negro Chorombo gozó su vida, construyó una casa llena de comodidades, al lado del Árbol Añoso y sentado en su puerta como un gran pachá, vendía los frutos del árbol, olvidándose por completo de su promesa.
La gente compraba lo que no veía y el negro ganaba y ganaba más dinero.
Pero un día escuchó la voz del Gran árbol Añoso que le dijo:
– Te has aprovechado de mis frutos, por tal motivo, no comerás más de ellos.
Al Negro Chorombo le entró pánico, diciendo:
- ¿Y cómo voy a vivir, chico? Si me he acostumbrado a la vida de comodidades que da el dinero.
El árbol jamás volvió a dar frutos y el negro volvió a su miseria.
El Negro Chorombo se sentó nuevamente debajo del gran árbol Añoso y lloró y lloró mucho, pero como sus lágrimas eran falsas el árbol ni caso le hizo. Se levantó, enfurecido, tomó un hacha y de un solo golpe lo partió por la mitad. El noble árbol cayó estrepitosamente y susurró en su caída “Ya era hora…”
Si quieren conocer ese lugar, busquen en el mapa el país de la Inocencia. Cuando lo encuentren, diríjanse por un sendero largo y cuando lleguen al final, miren el sol al atardecer, ahí – justo ahí – está el árbol añoso que una vez hizo el milagro de convertir en ganador a un negro soñador.