Por Carolina Caro
Es la más grande figura literaria chilena.
Nacida en Vicuña, Provincia de Coquimbo, el 7 de abril de 1889 residió allí hasta los doce años.
Se inició como maestra rural a los 15 años en la escuela de La Compañía, aldea próxima al Valle del Elqui. A los 21 años pasó de maestra rural a profesora de instituto en las ciudades de Temuco, Punta Arenas y en Santiago.
En 1925 abandonó la enseñanza. Por esos años era ya famosa en las letras hispánicas. Su primer éxito público como poetisa fue en 1912, año en que presentó unos sonetos premiados en unos juegos florales de Santiago.
Su seudónimo de Gabriela Mistral, aparece por primera vez cuando firmó sus tres Sonetos de la Muerte, inspirados por la tragedia sentimental de su frustrado amor. A partir de entonces, van apareciendo en diversos periódicos versos y prosas suyas que llaman poderosamente la atención y trascienden las fronteras chilenas.
Pero su primer libro Desolación, no se publicó hasta 1922, cuando ya habían circulado por América y por España. Ese mismo año comienza la vida viajera de Gabriela Mistral. Un primer viaje la lleva a México, cuyo gobierno la solicitó para colaborar en las reformas que se proponía introducir en la enseñanza.
En 1924 emprende un largo viaje por los Estados Unidos, donde actúa como «profesor visitante» en algunos centros universitarios. Poco después, el gobierno chileno la envía en misiones culturales. Una de ellas la lleva nuevamente a España en 1928 como representante de las mujeres universitarias chilenas en el Congreso Universitario del Instituto de Cooperación Intelectual.
Mientras tanto, va publicando en periódicos hispanoamericanos excelentes artículos sobre diversos temas literarios. En su incesante peregrinar, está el que realiza a Suecia en 1946 para recoger en Estocolmo y de manos del Rey Gustavo, el Premio Nóbel de Literatura, correspondiente a 1945. Esa era la tercera vez que tan codiciado galardón era entregado a un escritor de lengua hispana.
Gabriela Mistral falleció en Nueva York, el 10 de enero de 1957. Las manifestaciones oficiales de duelo fueron extraordinarias, la Asamblea de las Naciones Unidas suspendió la sesión que estaba celebrando, el Gobierno de los Estados Unidos puso a disposición de la embajada de Chile un avión especial para trasladar los restos de la gran poetisa al país donde fueron recibidos con los máximos honores.
Amor, amor
Anda libre en el surco, bate el ala en el viento, late vivo en el sol y se prende al pinar. No te vale olvidarlo como al mal pensamiento: ¡le tendrás que escuchar!
Habla lengua de bronce y habla lengua de ave, ruegos tímidos, imperativos de mar. No te vale ponerle gesto audaz, ceño grave: ¡lo tendrás que hospedar!
Gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas. Rasga vasos de flor, hiende el hondo glaciar. No te vale decirle que albergarlo rehúsas: ¡lo tendrás que hospedar!
Tiene argucias sutiles en la réplica fina, argumentos de sabio, pero en voz de mujer. Ciencia humana te salva, menos ciencia divina: ¡le tendrás que creer! Te echa venda de lino; tú la venda toleras. Te ofrece el brazo cálido, no le sabes huir. Echa a andar, tú le sigues hechizada aunque vieras ¡que eso para en morir! «
La Otra
Una en mí maté: yo no la amaba.
Era la flor llameando del cactus de montaña; era aridez y fuego; nunca se refrescaba.
Piedra y cielo tenía a pies y a espaldas y no bajaba nunca a buscar «ojos de agua».
Donde hacía su siesta, las hierbas se enroscaban de aliento de su boca y brasa de su cara.
En rápidas resinas se endurecía su habla, por no caer en linda presa soltada.
Doblarse no sabía la planta de montaña, y al costado de ella, yo me doblaba…
La dejé que muriese, robándole mi entraña. Se acabó como el águila que no es alimentada.
Sosegó el aletazo, se dobló, lacia, y me cayó a la mano su pavesa acabada…
Por ella todavía me gimen sus hermanas, y las gredas de fuego al pasar me desgarran.
Cruzando yo les digo: -Buscad por las quebradas y haced con las arcillas otra águila abrasada. Si no podéis, entonces ¡ay! olvidadla. Yo la maté. Vosotras también matadla!